Residencias de mayores: emergencia social

La situación de nuestros mayores es algo que siempre ha estado en boca de unas y otras instituciones. Esos mayores que lo dieron todo y de cuyos logros nos beneficiamos hoy, a los que tanto debemos. Están en esa etapa de la vida a la que nos gustaría llegar en las mejores condiciones y con los cuidados que nos merecemos, como personas que somos.


Las residencias de mayores, esas en las que las familias buscan lo mejor para sus seres queridos ante la imposibilidad de darles los cuidados que necesitan en el ámbito familiar, han sido, y son, las grandes olvidadas.

Las instituciones forales, así como los diferentes gobiernos, tanto centrales como autonómicos, haciendo dejación de sus obligaciones, han dejado en manos de empresas privadas la gestión de las residencias. La mayoría de estas residencias privadas son creadas con fines única y exclusivamente lucrativos. Es cierto que no todas, porque hay residencias privadas, desgraciadamente pocas, donde la calidad asistencial está por encima del beneficio económico.

Durante años las trabajadoras de este sector vienen denunciando sus condiciones laborales y las condiciones asistenciales, pero las administraciones, lejos de interceder para mejorarlas, han mirado para otro lado e incluso les han acusado de no pensar en nuestros mayores. La situación de muchas residencias privadas no es buena, pero de las públicas, tampoco.

La sociedad en general, lejos de hacer nuestras sus reivindicaciones, también hemos mirado para otro lado.

Desgraciadamente la pandemia ha sacado lo bueno y lo malo de las residencias de mayores. Lo bueno ha sido lo que esos trabajadores y trabajadoras han dado por nuestros mayores. Lo malo que las instituciones, una vez más, se han dedicado a dictar normas, órdenes… dejando en mano de los gestores y las gestoras de las residencias la aplicación de las mismas.

En algunas residencias, sin hacer dejación de cuidar la salud de sus usuarios ni de su protección, han conjugado el cuidado sanitario con el cuidado emocional, no menos importante uno que el otro. Han sabido suplir la falta del calor de los familiares, evitando la aceleración del deterioro cognitivo propio de su edad y del largo aislamiento padecido. En otras muchas, encubriéndose en la mal llamada protección de los más vulnerables, poco ha importado el deterioro emocional, su único objetivo ha sido no tener fallecidos por Covid-19. Los datos han sido tan alarmantes que había que frenarlos. El cómo no ha importado. El que se estén muriendo de pena, tampoco.
Debería hacernos reflexionar por qué en esta “nueva normalidad” no se incluye a nuestros mayores. Nuestros mayores necesitan cuidados y cariño de los suyos, ambas totalmente compatibles.

El señor Urkullu, celebrando la noche electoral nos “deleitó” con una canción en homenaje a los mayores que están sufriendo. Qué cinismo el del señor Lehendakari, utilizar a nuestros mayores, sabiendo como lo están pasando y no haciendo nada para evitarlo, a pesar de estar en su mano.

Es necesario y urgente tomar medidas y no dejar en manos ni de las instituciones ni de las empresas, la exclusividad de la gestión de las residencias. Los familiares, los usuarios y usuarias y el personal, tienen mucho que aportar.

Nuestros mayores se merecen respeto. No esperemos a mañana para reivindicar unas condiciones de vida dignas en las residencias, porque será demasiado tarde.